Hemos sido
informados de una reunión inusual en el ambiente eclesiástico, político y
social realizada en el Vaticano entre el Papa Francisco y Hebe de Bonafini,
madre de plaza de Mayo. Fue a solas en Santa Marta y su duración se acercó a
las tres horas.
Esta
entrevista pública, aunque de carácter privado, fue objeto de variados
comentarios en el país y en el extranjero dado que careció de motivos de
importancia internacional que la justificara, teniendo en cuenta la investidura
que reviste como Jefe de Estado Bergoglio y el hecho de que ambos interlocutores eran
argentinos.
Las partes
pueden guardar secreto acerca de los temas tratados en tan prolongada sesión o
bien darlos a conocer conjuntamente o por separado, conforme a lo acordado.
En este
caso, uno de los participantes se expidió unilateralmente al término del
encuentro, Hebe de Bonafini, manifestando que había expresado fuertes críticas
al gobierno del presidente Mauricio Macri, por los despidos, por los jóvenes
sin trabajo, por la persecución de la policía a los niños y por el cierre de
fábricas.
Dijo textualmente:
“Nos abrazamos un largo rato y se sentó a mi lado. Le dije que tenía una misión
muy difícil, que nuestra patria necesitaba de su palabra, que en cinco meses
este gobierno destruyó lo que hicimos en doce años, que hay mucha violencia
institucional pero que hay también de la otra”. Aseguró haber pedido al Papa
que visite pronto a su país, “porque lo necesitamos”.
Denunció una
“persecución judicial” contra la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner a
la cual, sostuvo, “la quieren meter presa” y por eso “le abren un juicio, y
otro, y otro”, pero “no encuentran nada” Y de la jerarquía de la Iglesia que es
muy conservadora. “Le dije que los obispos eran muy conservadores y que los
sacerdotes son una maravilla, los que trabajan”
No es del
caso analizar los dichos y las acusaciones formuladas por la señora Bonafini,
que dejamos a la consideración de los lectores.
Lo que
opinamos objetivamente con un fuerte grado de certeza, es
que la
entrevista fue netamente de carácter político, salvo que se produzca una
negativa descalificadora de la contraparte.
Lo que
resulta indudable es que la señora Bonafini se ha desubicado y ha confundido
totalmente las funciones que cumple el Sumo Pontífice al solicitarle
intervención en los problemas políticos del país.
Ella dice
que se arrepintió de las ofensas y acusaciones que le hizo repetidamente en
términos obscenos y ofensivos y que Francisco la perdonó, pero resulta evidente
que esa no fue la causa que la llevó a esa entrevista, toda vez que al menos
avisado no se le escapa que la manera indicada de obtener ese perdón hubiera
consistido e arrodillarse frente al Papa sacerdote en un confesionario de la
Catedral a la vista de propios y extraños, luego cumplir con la penitencia
impuesta por sus pecados y retirarse con la cabeza baja.
En cuanto al Papa, estricto cumplidor del
protocolo, como lo demostró en su momento, al evitar una felicitación al nuevo
presidente de su país, debe asumir la responsabilidad de aclarar las versiones
públicas de su imprudente entrevistada, autorizando o desautorizando las mismas,
pues lo ha colocado en una posición de suma gravedad con respecto a las
sagradas funciones que lleva a cabo en un ministerio de naturaleza universal y
en su carácter de Jefe de Estado en el orden internacional.