lunes, 20 de enero de 2020

LA COIMA

LA COIMA DEFINIDA HACE CASI UN SIGLO
El famoso filósofo argentino, autor del "Juguete rabioso", Roberto Arlt describió la coima en un pequeño escrito que tiene un sorprendente valor actual:
"La coima; la coima es la polilla que roe el mecanismo de nuestra administración, la remora que detiene la marcha de la nave del estado (y esta vez es cierto el mito de la remora y la macana de la nave del estado); la coima es el aceite lustral con que cuanto bicho inspector y subinspector que vagabundea por ahí, lubrifica sus articulaciones y engorda su estómago; la coima es la madre de muchos bienestares, el alma de numerosas prosperidades, el ángel tutelar de los que venden aserrín por harina, achicoria por café, pan quemado por chocolate, mármol molido por azúcar; la coima es la diosa protectora de todos los tahúres que pululan en nuestra tierra, de todos los comisarios que entran flacos y salen gordos, de todos los magistrados que se taponan los oídos para no escuchar los alaridos de la justicia, ¿qué no es la coima, la enorme, la nutritiva coima? Donde se clave la vista, allí está: invisible, segura, efectiva, certera.
La coima es la que moviliza los escritos en un juzgado; la coima es la que arranca un certificado de buena conducta para un específico facineroso; la coima es la que le da ciudadanía de honestidad a un granuja cien veces más ladrón que el mal ladrón Gesta; la coima es la que ablanda y humaniza al inspector personudo, al abogado recio, al escribano melifluo, al oficial de justicia inexorable, al médico talentudo.
La coima, invisible, penetrante, ardua e infalible, penetra por todas partes y compra al grande, al cogotudo y al severo como al pequeño, al modesto y al humilde que se conforma y transige con tal que le den para un café con leche. Panaderos, lecheros, hueveros, mercaderes de aceite, de vino, de drogas, dueños de fábricas, de industrias, de millones, ministros, covachuelistas, embajadores, jueces, presidentes de cualquier cosa, escritores, periodistas, comisarios, no hay uno que resista la coima, no hay uno que no se doble a su amable presencia, que no se conturbe frente a su mocedad, que no se le rinda, después de una lucha más o menos larga. Y el que no coimea… deja coimear".
Esto me recuerda a mi tía que yo acompañaba al teatro para comprar localidades. 

Le decía, como al pasar, al boletero deme cuatro plateas de esas de las primeras filas que tiene reservadas, mientras sigilosamente le pasaba unos pesos, la coima, con toda naturalidad, tanto de ella como del boletero, que de inmediato le entregaba las localidades "reservadas".
Al notar mi sonrojo y cara de preocupación me explicaba, "no te vergüences Silvio, la vida es así, él se gana su atención y yo mi comodidad para ver la función. 

"El que no coimea...deja coimear"