El 7 de octubre en el artículo “Ley de cupo femenino “me referí a la
“inclusión” que con el relato incorporó el cristinismo a la vida pública del
país y que se viene concretando mediante leyes discriminatorias que imponen
cupos femeninos en perjuicio de la idoneidad y del derecho que tiene todo
ciudadano a competir libremente para el ejercicio de un cargo público. Adelanto
que ésta es uno de las tantas “inclusiones” e “igualitarismos” surgida del
citado relato que brega por imponer una igualdad que en la realidad no existe.
Se han producido y se siguen produciendo con mayor frecuencia polémicas
que giran alrededor de opiniones a favor y en contra de estas disposiciones
legales que, por nuestra parte, catalogamos de fuerte extracción populista.
Estas diversas opiniones nos permiten observar una curiosa incoherencia que se
manifiesta en el hecho de hay hombres que apoyan la ley de cupo femenino y
mujeres que se oponen a la misma. Nuestra opinión ya es conocida por anteriores
artículos publicados en este Blogspot.
Es muy interesante leer y analizar los variados argumentos que se
exponen para dar valorización a los criterios sustentados, teniendo en cuenta
que algunos provienen de gente común y otros de personas letradas, de
organizaciones públicas o centros de estudios. Precisamente esta
diversificación nos permite comprobar que muchas veces el sentido común es más
convincente que explicaciones de carácter didáctico o basadas en razonamientos
engorrosos.
Comenzamos con la opinión del profesor de Derecho Constitucional de la
UBA José Miguel Onaindia que manifiesta:
“Hoy la Corte, que ha vuelto a su número original de cinco miembros,
sólo está integrada por una mujer y en la cobertura de vacantes producida este
año por el nuevo gobierno, no se tuvo en cuenta el género ni en el Presidente.
que propuso y designó, ni en el Senado que prestó el necesario acuerdo para los
nuevos integrantes. La situación evidencia una injusticia flagrante pues es el
derecho una de las áreas del saber que cuenta con una presencia de mujeres
descollantes en sus diferentes ramas. Basta observar el importante número de
titulares de cátedra de las múltiples facultades de derecho, la cantidad de
matriculadas en los colegios públicos que ejercen la profesión de abogadas con
destacada eficacia y las magistradas que ocupan cargos en los tribunales
inferiores.
Esta injusticia debe cesar. Las fuerzas políticas deben comprometerse a
respetar la paridad de género en la Corte.”
Antes de continuar con lo que opina la lectora Inés Menéndez Behety
queremos señalar que no nos parece coherente que un profesor de Derecho
Constitucional proponga la implementación de leyes que son inconstitucionales.
Inés nos dice:
“La llamada ley de cupo femenino es un verdadero insulto a la mujer.
Desconociendo la posibilidad de que pueda acceder a un cargo sobre la base de
sus aptitudes profesionales e intelectuales, por su capacidad, en sana
competencia con los hombres, se la desvaloriza y subestima otorgándole el
"beneficio" de poder hacerlo sólo por su condición de mujer. Esto sin
duda es una ofensa, un menoscabo, un desprecio hacia todas las mujeres. Es
creer que no pueden equipararse al hombre cuando tanto se habla de
equiparación. Angela Merkel o Michelle Bachelet, por citar sólo algunos
ejemplos, no necesitaron de ningún "cupo" para llegar a donde están.
Lamento que los legisladores pierdan su tiempo tratando temas como éste,
cuando hay otros mucho más importantes que reclaman su atención.”
Es una opinión personal de buen sentido común expresada con sencillez.
El editorial del diario La Nación emite un juicio negativo:
“El caso de la ampliación -del actual 30% al 50%- del cupo femenino en
Diputados, vuelve a agitar un debate nunca del todo cerrado e incluso callado
durante mucho tiempo por considerárselo políticamente incorrecto. Nos referimos
a qué es lo que se debe privilegiar a la hora de postular un candidato a la
Cámara baja como a cualquier otro cargo público o privado: si el género o la
idoneidad. En 1991, cuando se sancionó la denominada "ley de cupos"
se llegó a hablar de "discriminación positiva" para justificar esa
supuesta necesidad de incorporar un mínimo de 30% de mujeres en las listas
electorales, con la aclaración de que se las debía incluir en lugares
expectables, es decir, con posibilidades de resultar elegidas. Temían por entonces
las defensoras del cupo que sus compañeros varones concentraran ese porcentaje
hacia el final de las nóminas, sin posibilidad cierta de acceder a cargos.
Ya para entonces, desde estas columnas decíamos que ninguna
discriminación puede ser considerada positiva. Poner un piso mínimo de bancas
termina traduciéndose en un techo, pues, cumplida la exigencia, muchos podrían
pensar que el objetivo ya fue alcanzado. Que no hace falta que sean más. O
podría transformarse en una injusticia: si el día de mañana hay más mujeres que
hombres en Diputados, ¿se deberá poner un cupo para que no se discrimine a los
varones?”
Trascribimos por último otro criterio desfavorable publicado en Cartas
de Lectores, correspondiente a la señora Zulma H. Hernández:
“En la Legislatura bonaerense se propone la obligatoriedad del 50% de
cupo femenino en las cámaras. Jamás me sentí más humillada. Siempre pensé que
los logros debían obtenerse por mérito, no por sexo. No me importaría tener un
Congreso conformado por un 100 por ciento de mujeres o un 100 por ciento de
varones si fuesen los mejores. En la Argentina, por ejemplo, ni Alicia Moreau
de Justo, ni Lilita Carrió, ni Margarita Stolbizer, ni Graciela Camaño, ni
María Eugenia Estenssoro, ni Norma Morandini, ni Florentina Gómez Miranda, ni
Graciela Ocaña, ni María Eugenia Vidal necesitaron cupo para ocupar espacios.
La peor discriminación que he visto es la que se hace por sexo. ¿Tendremos un
Congreso formado por mujeres cuyo mérito será el parentesco?
Pido por favor que no aprueben semejante mamarracho y que, si lo hacen,
la gobernadora lo vete, para que no borre con el codo el cambio que prometió en
campaña.”
Dice sentirse humillada por la peor discriminación que se hace por sexo
y basa en el mérito la obtención de logros.
Pensamos que la decadencia del populismo como política de gobierno abre
camino a la libre expresión de ideas despojadas de tal sistema, programa o
partido. Es así como paulatinamente veremos ir anulándose o modificándose leyes
que fueron promulgadas al calor de un progresismo engañoso que no responde a la
realidad social y política de un país democrático.