En los albores de un nuevo aniversario de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), el ilustre sanjuanino publicó en el periódico El Mercurio, de Valparaíso (Chile), un notable artículo para evocar la memorable jornada, y a su principal protagonista, el general don José de San Martín. La nota en cuestión apareció en la edición del 11 de febrero de 1841, bajo el título "12 de febrero de 1817", firmada por "Un Teniente de Artillería".
Por entonces, San Martín transcurría los días de su ostracismo voluntario en su casa de Grand Bourg (Francia), habían pasado 17 largos años en el viejo continente, durante los cuales fue objeto de múltiples calumnias, principalmente por parte de la prensa adicta al gobierno de Rivadavia en Buenos Aires, que llegaron a límites insospechados cuando, en 1829, en el contexto de su frustrado retorno a la patria, llegó a ser tratado de cobarde. Las diatribas y la calumnia se sucedieron allende y aquende Los Andes, ya que también se produjeron en Chile y en menor medida en el Perú, llamativamente, todas ellas repúblicas libertadas por el influjo de su genio y su sable redentor.
Sobre este período de oscuridad e ingratitud al que fue sujeto San Martín, dirá Bartolomé Mitre en el discurso de inauguración de la estatua ecuestre del Libertador (13 de julio de 1862), en la Plaza de Marte, hoy Plaza San Martín: "Al recorrer solitario el camino que poco antes había cruzado seguido de legiones valerosas, de que su genio era el alma, apenas pudo merecer de Chile una hospitalidad precaria y pasajera, amargada por el denuesto; y desde entonces Chile borró de su historia por el espacio de veinte años el nombre de fundador de su independencia. En las grandes festividades nacionales que la rememoraban en los aniversarios de las batallas de Chacabuco y Maipú que las aseguraron; en las mismas banderas que flotaban al viento de la libertad conquistada por el genio y la espada de San Martín, acaudillando las legiones argentinas y chilenas, el nombre de San Martín brillaba tan solo por su ausencia!".
Tal es el contexto con el que se encuentra don Domingo Faustino Sarmiento, que estaba en la plenitud de su vida, próximo a cumplir sus jóvenes treinta años, exiliado en Chile, desde donde combatía sin cesar al gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.
Ante el olvido imperante en Chile, sostuvo Sarmiento en su magistral artículo: "El extranjero que nos observa nos creería los hijos de los españoles vencidos en aquel gran día, fastidiados de ver repetirse un recuerdo humillante y odioso. Veinticuatro años han transcurrido apenas, desde que aquel memorable día alumbró en Chacabuco un combate de vida o de muerte para la independencia americana, y ya no se mentan los nombres ilustres que lo inmortalizaron…
Luego de hacer una interesante descripción de la batalla, se preguntó: "¿Qué nos queda mientras tanto de tanta gloria? (…) Escuchemos los juicios de esta generación ingrata que nos ha sucedido, y extrañados como instrumentos desgastados e inútiles (…) ¡Vedla hacerse olvidadiza de nuestras largas fatigas y de nuestros esfuerzos para hacerla independiente y poderosa! (…) ¡Un día la historia recogerá con avidez los nombres de todos los que lidiamos en Chacabuco y en otros lugares tan gloriosos como este". Y concluyó: "Mientras la prensa guarda un criminal silencio sobre nuestros hechos históricos y mientras se levanta esta generación que no comprende lo que importan para Chile estas salvas y estas banderas que decoran el 12 de febrero, nosotros cada vez que pase por nuestras cabezas el sol de este augusto día, lo saludaremos con veneración religiosa".
Grande fue la repercusión que causó la aparición del artículo, tan grande fue que trascendió fronteras. Fue elogiado por el caraqueño Andrés Bello, quien fuera íntimo amigo de Simón Bolívar.
El joven publicista, no conforme con ello, volvió a escribir para evocar la época gloriosa de la independencia. Tanto así que el 4 de abril 1841 publicó, también en El Mercurio, "Los dieciocho días de Chile" en clara alusión al tiempo trascurrido entre la derrota de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818) y la definitoria batalla de Maipú (5 de abril de 1818).
El ilustre sanjuanino sacudió a la sociedad chilena y avivó la conciencia de sus gobernantes que recogieron la crítica sarmientina. Tal es así que el entonces presidente de Chile, don Manuel Bulnes, redactó y envió al Honorable Congreso Chileno un proyecto de ley en el cual dispuso que el general San Martín revistase en el ejercito de Chile, en actividad, durante toda su vida, y que se le abonen los sueldos que le correspondían a su clase, autorizándolo a residir en el extranjero. El mentado proyecto se convirtió en ley el 6 de octubre de 1842.
¿Cuál fue la reacción de San Martín ante este justo, aunque tardío reconocimiento? En carta a su amigo William Miller nos lo cuenta él mismo, refiere allí: "Diez días después de mi salida de Chile, el primer Congreso del Perú no solo me concedió una pensión vitalicia, sino también me colmó de honores que yo no creía merecer (…) Dos legislaturas de la República Argentina, después de las acciones de Chacabuco y Maipú me honraron igualmente con su aprobación y otras distinciones y aun las de Colombia y México me declararon ciudadano de estos Estados. Solo las legislaturas de Chile no habían hecho jamás la menor mención del general San Martín, olvido que confieso a usted, me era tanto más sensible cuanto no habiendo tenido la menor intervención en su gobierno interior, yo solo deseaba la aprobación de mi conducta militar en esta República".
A partir de allí, se inició en Chile un movimiento de revisión en el estudio de la historia de su independencia, inescindible de la figura de San Martín, que tuvo entre sus máximos exponentes a don Benjamín Vicuña Mackenna, quien a la postre será el impulsor para que se erija en Chile una estatua que inmortalice la figura del general San Martín, la que finalmente se concretó el 5 de abril de 1863.
La pluma siempre filosa y polémica de Sarmiento vino a servir para dar un golpe magistral al corazón de la sociedad chilena, para correr el velo del olvido y darle paso a la justa apoteosis del Libertador, y con él al glorioso Ejército de Los Andes, protagonista de la célebre jornada de Chacabuco y de la libertad de la "ciudadela de América".
Poco tiempo después de estas publicaciones, el gobierno de Chile envió a Sarmiento a Europa y a los Estados Unidos con el objeto de interiorizarlo en los diferentes sistemas de educación que regían en el mundo. En ese marco, y carta de recomendación mediante de otro guerrero de la independencia, héroe en Cancha Rayada, como lo fue Juan Gregorio de Las Heras, don Domingo Faustino tuvo el privilegio de conocer a San Martín en el epílogo de la vida del gran Capitán, más precisamente en Grand Bourg, el 24 de mayo de 1846.
En esa ocasión, Sarmiento trató de obtener información de boca del Libertador acerca de los pormenores de la célebre entrevista de Guayaquil, que seguramente sirvió de base para la disertación sobre San Martín y Bolívar realizada por Sarmiento con motivo de su designación como miembro de primera clase del Instituto de Historia de Francia (22 de julio de 1847).
Sobre su encuentro con el Capitán de Los Andes dirá Sarmiento: "Había en el corazón de este hombre una llaga profunda que ocultaba a las miradas extrañas, pero que no escapaba a las de los que la escrudiñaban. ¡Tanta gloria y tanto olvido!, ¡tan grandes hechos y silencio profundo! Había esperado sin murmurar cerca de treinta años la justicia de aquella posteridad a quien apelaba en sus últimos momentos".
San Martín depositó su fe en las futuras generaciones, entendía él que aquellas desprovistas del fragor de las disensiones políticas de su tiempo iban a saber apreciar y valorar su legado. Le cabe a Sarmiento el noble mérito de haber evocado a San Martín en un momento muy particular, donde inexplicablemente su insigne figura estaba ensombrecida por la crueldad del olvido y la ingratitud.
Cuando, el 20 de septiembre de 1822, San Martín dejó de ser hombre público, estampó con la tranquilidad del justo y con visión de estadista una de sus mejores sentencias: "En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas, como en lo general de las cosas, dividirán su opinión, los hijos de estos darán el verdadero fallo".
Al respecto, y como bien señaló el historiador Carlos Alberto Guzmán: "Los hijos de los hijos de sus contemporáneos han dado el fallo definitivo y se ha cumplido otro enigma de la historia. El soldado que abandona una brillante carrera militar, el gobernante que renuncia a todos los poderes, el ciudadano vilipendiado por sus contemporáneos, el proscrito voluntario, el muerto olvidado, es hoy en el juicio ecuánime de sus conciudadanos el modelo para los argentinos que quieren una nueva y gloriosa nación".
EL ZONDA (SAN JUAN)