Comparto la opinión del articulista, muy diferente a todas las que he conocido con respecto a la joven activista sueca a la que el mundo populista le ha abierto las puertas de par en par, al punto que recibió una insólita invitación para exponer ante la ONU.
Representantes del mundo entero se vieron sorprendidos por una dramática y emocionada catarata de críticas ofensivas en la boca de una niña de 16 años que se siente redentora del universo.
Comprendo que tanto la opinión del periodista Simioni como la mía propia nadan contra la fuerte corriente de ambientalismo, multicultutalismo, igualitarismo y goblalismo instalada en todos los estamentos de las sociedades públicas y privadas que reciben la financiación de instituciones guiadas por intereses espurios, tal como las del multimillonario Soros, conocido defensor del aborto que favorece a sus numerosos centros de salud.
Hace más de doce años estamos sufriendo la dictadura bolivariana de un progrepopulismo que impone un pensamieno hegemónico que en nuestro país llegó hasta la designación de un funcionario como Secretario de Coordinación Estratégica del Pensamiento con la misión de diseñar, coordinar e instrumentar una usina de pensamiento nacional. El que piensa distinto es un enemigo y debe ser combatido.
Indudablemente, esta ideología populista incide negativamente en la conciencia de las personas que instintivamente se unen con pasión para apoyar y glorificar al nuevo ícono surgido de la lucha irreverente contra el orden constituido.
Transcripción del artículo:
Adrián Simioni
Greta Thunberg ya era famosa entre los niños ricos que sienten tristeza. Pero ayer su figura se hizo global. Su intervención en la ONU, expuesta con estudiada espontaneidad (no hay siquiera un titubeo, ni una sola interjección en un discurso de exhibida emocionalidad), dará lugar para muchísimos debates.
Para algunos, Greta será una santa que tuvo que dejar de jugar en el arenero para ponerse el mundo al hombro, como ella misma dio a entender. Una redentora que a los 16 años ya encontró su guerra santa. Para otros, será una impostora. Alguien que reprocha: “Yo no debería estar aquí”, cuando en realidad lo único que le interesa es estar allí. Como cualquier política. La pulsión por el poder no tiene edad. Otros, pensarán que detrás de tanto empoderamiento adolescente hay un adoctrinamiento vergonzoso, un sistema educativo hegemonizado por una corrección política a la que no le importa el conocimiento sino las vacaciones pagas.
Cada uno sabrá. Pero hay algo que la Argentina y Brasil no deberían dejar pasar. Ambos países están siendo puestos en la línea de fuego de un ambientalismo reaccionario y simplista. Ayer, se sumó un nuevo capítulo, porque Greta y sus amigos denunciaron a estos dos países, junto a Alemania, Francia y Turquía, ante Unicef por arruinar el planeta de los niños.
Argentina y Brasil están siendo objeto de bullying por parte del buenismo climático de los países desarrollados por la emisión de metano (gas natural) en el proceso digestivo del ganado, en particular los vacunos. El metano es una molécula de carbono e hidrógeno, que sube a lo alto de la atmósfera. Allí es 19 veces más dañina que el dióxido de carbono a la hora de retener temperatura. Pero luego de unos años se degrada en carbono por un proceso natural.
Pero más allá de esa verdad, lo cierto es que todo el escándalo está montado sobre una mentira obvia y sobre una omisión grotesca.
La mentira obvia
En primer lugar, los animales herbívoros no “generan” más carbono. El carbono sólo “pasa” por de ellos. En efecto, una vaca ingiere el carbono contenido en el pasto. Luego, en su estómago, las bacterias que descomponen el pasto transforman ese carbono en metano. Ese metano es eructado y lanzado a la atmósfera, donde dentro de un tiempo se degradará en carbono.
Pero resulta que al mismo tiempo las pasturas han vuelto a crecer para alimentar a la vaca. Y en ese proceso capturaron la misma cantidad de carbono que antes lanzó la vaca. Y así.
En todo el ciclo ganadero no se agrega, no se “inventa”, no se produce, un nuevo carbono que no haya ya estado en la vegetación o en el aire.
Esto no quiere decir que la expansión sin límite de la ganadería no pueda agregar carbono. Por ejemplo, una selva o bosques muy tupidos, con árboles enormes y con gran densidad de ejemplares puede alojar más carbono que una pradera de alfalfa. Si la selva se sustituye por pasturas, puede haber liberación de carbono adicional. Pero la ganadería en praderas naturales o la que se realiza en combinación con explotaciones forestales o bajo bosques naturales no agregan carbono.
La omisión grotesca
Lo curioso es que, aún si se consideran estas emisiones truchas de metano -donde sólo se cuentan los pedos que se tiran las vacas pero no los pastos que crecen en las praderas- Brasil y Argentina están lejos de ser los grandes contaminantes que pintan Greta la Redentora y unas ONG con más chequeras que convicciones.
Según el Instituto de Recursos Mundiales, en 2013 había 56 países más contaminantes que Argentina si se consideraba la emisión per cápita de todos los gases de efecto invernadero. Otros rankings varían pero la película es más o menos la misma.
Cada canadiense, por ejemplo, sube a la atmósfera el triple de gases que cada argentino. Cada estadounidense, más del doble. Cada ruso, el doble. Cada finlandés, un 70% más. Hasta cada chino, supuestamente pobre y por ende menos consumidor, emite más gases que cada argentino.
Pero lo peor es lo que estas campañas ocultan: los mayores contaminantes son los países que viven de extraer petróleo y gas. Y esa omisión es particularmente grave. Porque ese carbono, a diferencia del metano de las vacas, sí se agrega, se suma, se acumula en la atmósfera. Hasta que los saudíes no extraen el crudo del fondo de la tierra, el carbono está allí capturado desde hace decenas de miles de años. Cuando lo sacan, y luego la gasolina es quemada en Estocolmo por el Volvo que maneja el papá de Greta, ese carbono se adiciona al aire por primera vez. Lo mismo sucede con el carbón que extrae China de las montañas. O con el gas con que Rusia calefacciona a toda Rusia, incluyendo la casa de las Gretas de Escandinavia.
Es más: al lado de Greta está Noruega, tan limpia y educada, pero que vive de exportar millones de barriles de petróleo sin preocuparse en absoluto por recapturar el carbono que su industria sí genera. Cada noruego emite 20% más que cada argentino (aún sin descontar lo que en Argentina se recaptura).
Sin embargo, acá estamos: hablando de los pedos de las vacas y no de la locura automotriz o de europeos que no pueden vivir si en su hogar no hacen 23 grados siempre, sea invierno o verano.
Emocional, aguerrida, Greta y su comparsa es evidentemente útil a un mundo que ha puesto en la mira a la ganadería de Brasil, Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay.
Las mascotas y Macron
La combinación de ambientalistas reaccionarios, veganos autoritarios y antropomorfizadores de animales está poniendo a la ganadería (no sólo a la vacuna) contra las cuerdas.
La selectividad de los ignorantes es asombrosa. Investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, han estimado que un cuarto de las emisiones de gases causadas por la agricultura está ocasionada por la industria de las mascotas. La alimentación de ensueño de los gatos y los perros europeos genera más gases que la alimentación de los chicos de África. Y eso sin contar la parafernalia plástica de correas, collares, juguetitos, cuchas, indumentaria y envases de comida que demandan los labradores franceses y los siameses ingleses.
Ahí tienen un tema para entretenerse Greta y sus amigos. Con sus vecinos.
Sin embargo, esa selectividad es muy útil. El bullying contra Sudamérica se acentuó desde que la Unión Europea y el Mercosur firmaron la intención de ir al libre comercio. La reacción está liderada por Francia, que no quiere que sus ineficientes productores de alimentos pierdan por paliza contra los del Mercosur.
La espectacularización que hizo el francés Emmanuel Macron de los incendios en la Amazonia fue apenas una muestra. Esta Greta deseosa de ser Juana de Arco sirve a esa operación.
Paren de firmar cualquier cosa
Mientras, las sociedades sudamericanas deberían hacer algo. Primero, no dejarse manipular, en un desierto de ignorancia, por adolescentes aún más manipulados.
Segundo, sus gobiernos deberían dejar de firmar todas las correcciones políticas que los países ya desarrollados les pasan por delante de su nariz. Argentina y Brasil cayeron en la volteada de Greta porque firmaron y ratificaron el tratado de París (que sólo Estados Unidos no firmó), porque firmaron la convención de los derechos del niño y porque fueron dos de los únicos 44 países que firmaron, además, un compromiso para hacer que esos tratados pudieran ser reclamados, por ejemplo por niños ante Unicef.
China, Rusia, Estados Unidos, Arabia Saudita, Irán, jamás podrían ser objeto de esta campaña. Nunca firmaron ninguno de esos decálogos de palabras bonitas.
Para algunos, Greta será una santa que tuvo que dejar de jugar en el arenero para ponerse el mundo al hombro, como ella misma dio a entender. Una redentora que a los 16 años ya encontró su guerra santa. Para otros, será una impostora. Alguien que reprocha: “Yo no debería estar aquí”, cuando en realidad lo único que le interesa es estar allí. Como cualquier política. La pulsión por el poder no tiene edad. Otros, pensarán que detrás de tanto empoderamiento adolescente hay un adoctrinamiento vergonzoso, un sistema educativo hegemonizado por una corrección política a la que no le importa el conocimiento sino las vacaciones pagas.
Cada uno sabrá. Pero hay algo que la Argentina y Brasil no deberían dejar pasar. Ambos países están siendo puestos en la línea de fuego de un ambientalismo reaccionario y simplista. Ayer, se sumó un nuevo capítulo, porque Greta y sus amigos denunciaron a estos dos países, junto a Alemania, Francia y Turquía, ante Unicef por arruinar el planeta de los niños.
Argentina y Brasil están siendo objeto de bullying por parte del buenismo climático de los países desarrollados por la emisión de metano (gas natural) en el proceso digestivo del ganado, en particular los vacunos. El metano es una molécula de carbono e hidrógeno, que sube a lo alto de la atmósfera. Allí es 19 veces más dañina que el dióxido de carbono a la hora de retener temperatura. Pero luego de unos años se degrada en carbono por un proceso natural.
Pero más allá de esa verdad, lo cierto es que todo el escándalo está montado sobre una mentira obvia y sobre una omisión grotesca.
La mentira obvia
En primer lugar, los animales herbívoros no “generan” más carbono. El carbono sólo “pasa” por de ellos. En efecto, una vaca ingiere el carbono contenido en el pasto. Luego, en su estómago, las bacterias que descomponen el pasto transforman ese carbono en metano. Ese metano es eructado y lanzado a la atmósfera, donde dentro de un tiempo se degradará en carbono.
Pero resulta que al mismo tiempo las pasturas han vuelto a crecer para alimentar a la vaca. Y en ese proceso capturaron la misma cantidad de carbono que antes lanzó la vaca. Y así.
En todo el ciclo ganadero no se agrega, no se “inventa”, no se produce, un nuevo carbono que no haya ya estado en la vegetación o en el aire.
Esto no quiere decir que la expansión sin límite de la ganadería no pueda agregar carbono. Por ejemplo, una selva o bosques muy tupidos, con árboles enormes y con gran densidad de ejemplares puede alojar más carbono que una pradera de alfalfa. Si la selva se sustituye por pasturas, puede haber liberación de carbono adicional. Pero la ganadería en praderas naturales o la que se realiza en combinación con explotaciones forestales o bajo bosques naturales no agregan carbono.
La omisión grotesca
Lo curioso es que, aún si se consideran estas emisiones truchas de metano -donde sólo se cuentan los pedos que se tiran las vacas pero no los pastos que crecen en las praderas- Brasil y Argentina están lejos de ser los grandes contaminantes que pintan Greta la Redentora y unas ONG con más chequeras que convicciones.
Según el Instituto de Recursos Mundiales, en 2013 había 56 países más contaminantes que Argentina si se consideraba la emisión per cápita de todos los gases de efecto invernadero. Otros rankings varían pero la película es más o menos la misma.
Cada canadiense, por ejemplo, sube a la atmósfera el triple de gases que cada argentino. Cada estadounidense, más del doble. Cada ruso, el doble. Cada finlandés, un 70% más. Hasta cada chino, supuestamente pobre y por ende menos consumidor, emite más gases que cada argentino.
Pero lo peor es lo que estas campañas ocultan: los mayores contaminantes son los países que viven de extraer petróleo y gas. Y esa omisión es particularmente grave. Porque ese carbono, a diferencia del metano de las vacas, sí se agrega, se suma, se acumula en la atmósfera. Hasta que los saudíes no extraen el crudo del fondo de la tierra, el carbono está allí capturado desde hace decenas de miles de años. Cuando lo sacan, y luego la gasolina es quemada en Estocolmo por el Volvo que maneja el papá de Greta, ese carbono se adiciona al aire por primera vez. Lo mismo sucede con el carbón que extrae China de las montañas. O con el gas con que Rusia calefacciona a toda Rusia, incluyendo la casa de las Gretas de Escandinavia.
Es más: al lado de Greta está Noruega, tan limpia y educada, pero que vive de exportar millones de barriles de petróleo sin preocuparse en absoluto por recapturar el carbono que su industria sí genera. Cada noruego emite 20% más que cada argentino (aún sin descontar lo que en Argentina se recaptura).
Sin embargo, acá estamos: hablando de los pedos de las vacas y no de la locura automotriz o de europeos que no pueden vivir si en su hogar no hacen 23 grados siempre, sea invierno o verano.
Emocional, aguerrida, Greta y su comparsa es evidentemente útil a un mundo que ha puesto en la mira a la ganadería de Brasil, Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay.
Las mascotas y Macron
La combinación de ambientalistas reaccionarios, veganos autoritarios y antropomorfizadores de animales está poniendo a la ganadería (no sólo a la vacuna) contra las cuerdas.
La selectividad de los ignorantes es asombrosa. Investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, han estimado que un cuarto de las emisiones de gases causadas por la agricultura está ocasionada por la industria de las mascotas. La alimentación de ensueño de los gatos y los perros europeos genera más gases que la alimentación de los chicos de África. Y eso sin contar la parafernalia plástica de correas, collares, juguetitos, cuchas, indumentaria y envases de comida que demandan los labradores franceses y los siameses ingleses.
Ahí tienen un tema para entretenerse Greta y sus amigos. Con sus vecinos.
Sin embargo, esa selectividad es muy útil. El bullying contra Sudamérica se acentuó desde que la Unión Europea y el Mercosur firmaron la intención de ir al libre comercio. La reacción está liderada por Francia, que no quiere que sus ineficientes productores de alimentos pierdan por paliza contra los del Mercosur.
La espectacularización que hizo el francés Emmanuel Macron de los incendios en la Amazonia fue apenas una muestra. Esta Greta deseosa de ser Juana de Arco sirve a esa operación.
Paren de firmar cualquier cosa
Mientras, las sociedades sudamericanas deberían hacer algo. Primero, no dejarse manipular, en un desierto de ignorancia, por adolescentes aún más manipulados.
Segundo, sus gobiernos deberían dejar de firmar todas las correcciones políticas que los países ya desarrollados les pasan por delante de su nariz. Argentina y Brasil cayeron en la volteada de Greta porque firmaron y ratificaron el tratado de París (que sólo Estados Unidos no firmó), porque firmaron la convención de los derechos del niño y porque fueron dos de los únicos 44 países que firmaron, además, un compromiso para hacer que esos tratados pudieran ser reclamados, por ejemplo por niños ante Unicef.
China, Rusia, Estados Unidos, Arabia Saudita, Irán, jamás podrían ser objeto de esta campaña. Nunca firmaron ninguno de esos decálogos de palabras bonitas.