Nunca habla de las catástrofes, de la pandemia, nunca menciona la inflación, jamás cita los índices de pobreza, siempre recluida como una arpía, solo sale de la cueva para insultar, atacar, criticar, pero ninguna palabra en defensa de sus procesos penales, de su corrupción en juicio, nada que desvirtúe el increíble cúmulo de pruebas que la sindican como una delincuente.
Es una mujer perversa, imbuida de odio, rencor y venganza, con el convencimiento de que es una abogada exitosa de invocado falso título, una arquitecta egipcia, una especie a quien hay que temer, una obsesión enfermiza contra Macri, propia de una esquizofrenia que se le fue agravando a medida que manejaba con ambición obscena los hilos de una asociación ilícita con fines de "lucro", en la que incluyó vilmente a sus propios hijos.
Busca la amistad de personajes de su laya en América del Sur, gobernantes autoritarios, chavistas, populistas, pero no se le conoce ningún amigo; en su lujurioso entorno nadie es digno de su confianza, la petulancia y el orgullo son sus únicos sentimientos.
Fantasea con formar un nuevo mundo al pregón del "vamos por todo", destrozando la democracia, la justicia, las instituciones, para dar cabida a un autoritarismo monárquico que la catapulte a entronizar una casta, la dinastía de los Kirchner.