Está comprobado que la palabra Soberanía es usada
frecuentemente y sin sentido por los gobiernos populistas, con el propósito de
dar ostentación a sus discursos y proyectos autoritarios, de modo que
justifiquen sus delirios de grandeza, llamados siempre al fracaso. Se la suele
cortar en rebanadas con distintos agregados que a veces son insensatos, sino
ridículos.
Así conocemos la soberanía espacial, la energética, la aérea, la monetaria, la nuclear, la alimentaria, todas ellas surgidas de las inventivas populistas de los últimos gobiernos peronistas.
Perón se refirió a la "soberanía nuclear" cuando en la década de 1950 nos ató a un papelón internacional al anunciar que el físico Richter, austríaco, de origen alemán, más tarde nacionalizado argentino, había conseguido producir energía con la fusión nuclear y por lo tanto, la bomba atómica, lo cual "permitiría repartir energía barata en botellas de medio litro y de un litro", no muy distintas de las botellas de leche utilizadas en esa época.
En el año 2015 la presidente Cristina Kirchner nos regalaba la "soberanía espacial", cuando así denominó el lanzamiento del satélite Arsat, manifestando "su emoción" al ver "esa cosa que va para arriba, que es progreso, que estamos en el cielo, y somos el primer país latinoamericano que logramos construir un satélite geoestacionario propio. Fuimos nosotros, los oficialistas los que sancionamos esta ley que nos permite ganar "soberanía espacial"
Con la iniciativa del presidente Menem se pasaron una década hablando y discurseando sobre la "soberanía energética" y después de tantos ditirambos terminamos perdiendo el autoabastecimiento energético con la expropiación de YPF. Se nos escapó la soberanía y lamentablemente, tuvimos que importarla.
La decisión del vicepresidente Amado Boudou de adquirir la principal imprenta de billetes en la Argentina, que lo llevó a una condena de más de cinco años de prisión, fue catalogada por el entonces ministro de Economía Hernán Lorenzino, como una manera de mantener la "soberanía monetaria" que, en realidad es una desatinada definición, pues, en todo caso, es una soberanía personal.
Desaforados sindicalistas de los gremios aeronáuticos vienen proponiendo la "soberanía aérea" de la línea nacional, algo con sonido a cielos abiertos sólo para nosotros, un monopolio de la línea de bandera, que en el supuesto caso de alcanzarla, al poco tiempo caería en una estrepitosa y soberana caída, como las relatadas anteriormente. (excepto el satélite)
Finalmente nos llega el producto de una ambición largo tiempo deseada y demorada y que se asemeja a una venganza desatada por el "vamos por todo", el slogan masticado a los gritos en un acto público desde unas graderías por la entonces presidente Cristina Kirchner. Dicho producto entregado en un breve relato de expropiación pronunciado por el presidente Alberto Fernádez, consistió en la "soberanía alimentaria"
Es posible que el simbolismo de esta fraseada-contradicción se refleje en esa gallarda y penosa distribución de alimentos por nuestras fuerzas militares a los más necesitados, que contemplamos azorados en fotos y videos pasados por televisión.
Así conocemos la soberanía espacial, la energética, la aérea, la monetaria, la nuclear, la alimentaria, todas ellas surgidas de las inventivas populistas de los últimos gobiernos peronistas.
Perón se refirió a la "soberanía nuclear" cuando en la década de 1950 nos ató a un papelón internacional al anunciar que el físico Richter, austríaco, de origen alemán, más tarde nacionalizado argentino, había conseguido producir energía con la fusión nuclear y por lo tanto, la bomba atómica, lo cual "permitiría repartir energía barata en botellas de medio litro y de un litro", no muy distintas de las botellas de leche utilizadas en esa época.
En el año 2015 la presidente Cristina Kirchner nos regalaba la "soberanía espacial", cuando así denominó el lanzamiento del satélite Arsat, manifestando "su emoción" al ver "esa cosa que va para arriba, que es progreso, que estamos en el cielo, y somos el primer país latinoamericano que logramos construir un satélite geoestacionario propio. Fuimos nosotros, los oficialistas los que sancionamos esta ley que nos permite ganar "soberanía espacial"
Con la iniciativa del presidente Menem se pasaron una década hablando y discurseando sobre la "soberanía energética" y después de tantos ditirambos terminamos perdiendo el autoabastecimiento energético con la expropiación de YPF. Se nos escapó la soberanía y lamentablemente, tuvimos que importarla.
La decisión del vicepresidente Amado Boudou de adquirir la principal imprenta de billetes en la Argentina, que lo llevó a una condena de más de cinco años de prisión, fue catalogada por el entonces ministro de Economía Hernán Lorenzino, como una manera de mantener la "soberanía monetaria" que, en realidad es una desatinada definición, pues, en todo caso, es una soberanía personal.
Desaforados sindicalistas de los gremios aeronáuticos vienen proponiendo la "soberanía aérea" de la línea nacional, algo con sonido a cielos abiertos sólo para nosotros, un monopolio de la línea de bandera, que en el supuesto caso de alcanzarla, al poco tiempo caería en una estrepitosa y soberana caída, como las relatadas anteriormente. (excepto el satélite)
Finalmente nos llega el producto de una ambición largo tiempo deseada y demorada y que se asemeja a una venganza desatada por el "vamos por todo", el slogan masticado a los gritos en un acto público desde unas graderías por la entonces presidente Cristina Kirchner. Dicho producto entregado en un breve relato de expropiación pronunciado por el presidente Alberto Fernádez, consistió en la "soberanía alimentaria"
Es posible que el simbolismo de esta fraseada-contradicción se refleje en esa gallarda y penosa distribución de alimentos por nuestras fuerzas militares a los más necesitados, que contemplamos azorados en fotos y videos pasados por televisión.